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vida resultará más vacía, triste y amarga, después de una rup- tura irreparable.

A más de la educación de la mujer y el hombre, no se- rán inútiles, quizá, algunas leyes que garanticen cada vez más el respeto de entrambos a la institución a que más reconoci- da debe estar la mujer: el matrimonio.

Si el matrimonio no le ha garantizado 'a la mujer un amor que no habrá ley alguna que pueda garantizarle nun- ca, le ha permitido :ontar con el hombre que se unió a ella, para el mantenimiento de los hijos, proveyendo a evitar que, al abandono moral e intelectual en que con tanta facilidad la deja el hombre, no vaya a aunarse también el material abandono. Cuanto puede garantizar esta institución, resulta favorable a la mujer, incluso esa elección del cónyuge en- comendada a los padres, que a nuestros contemporáneos se les antoja una herejía horrible de pasados tiempos.

Porque en el hombre la perfección física determina una atracción infinitamente mayor que en la mujer.

No se puede suplir con razonamientos esta atracción que tiene sus fundamentos naturales en los fines a que se halla destinado el hombre. Pero si se puede hacer que el hom- bre adquiera conciencia de ella, y persuadirlo de que la socie- dad tiene derecho, con miras a esos mismos fines, a entrome- terse en su corazón y no permitirle que fíe su honor y el porvenir de su estirpe a un sentimiento tan poco noble y se- guro como ese a que llama amor y obligarlo a dejarse acon- sejar de los otros, siquiera en la elección de la esposa, lo que no excluye en modo alguno lo que se dice el amor. Ese im- pulso a que hoy se da nombre de amor, há!lase unido a la edad, la situación y estado de ánimo, mucho más que a las cualidades específicas de los dos que se aman. ¿Ha habido nunca amor más tierno que el de Garibaldi a Anita? Y se enamoró de ella a la distancia de dos kilómetros, al divisar a una figura de mujer que se paseaba por la playa.

Demasiados ríos de tinta se han vertido para demostrar la fatalidad del amor, y glorificar la libertad de elecirlo. Har- to descrédito se ha arrojado en estos últimos años sobre la cos- tumbre antigua y universal de que fuese la familia el primer órgano de elección en el matrimonio de los hijos. Este des-