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38 GINA LOMBROSO IN LOMBROSO

por añadidura, con seres que a veces se hallan en pugna en- tre sí y reclaman alternativamente las cosas más contradicto- rias.

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No son, pues, las circunstancias adversas, las leyes hu- manas, ni la malevolencia de los hombres las que determinan las mayores tragedias de que la mujer resulta la víctima, si- no su misma misión en esta vida que la hace depender de se- res que le son necesarios, para amarlos o ser de ellos amada.

De suerte que no será mejorando sus condiciones lega- les como la mujer podrá aumentar su felicidad, sino mejo- rando la educación general, sobre todo la masculina, a fin de que el hombre se halle en estado de apreciarla mejor y ayu- darla más eficazmente.

Cuando el padre que ama a su hija y conoce hasta el último pensamiento, se echa a temblar por ella ante la idea del porvenir, no es que tema las leyes que mermarán sus de- rechos políticos y no la defenderán lo bastante de la auto- ridad del macho, ni que le asuste la trágica posición genéri- ca en que aquélla habrá de encontrarse; tiembla lleno de in- quietud porque, conociendo como conoce a los hombres, sabe cuán engañada está su hija respecto a sus verdaderas cuali- dades y cuán fácilmente van a desgarrarle el alma; porque sabe con cuánta facilidad han de tomar aquéllos por presun- ción su ingenua confianza en sí misma; por egoísmo su so- licitud excesiva; por necedad su falta de lógica; por sensible- ría su idealismo. Si su hija conociese a los hombres como él los conoce o ellos conociesen a su hija como la conoce él. cuán- to más tranquilo no estaría ante el porvenir.

Idéntica en el fondo a la posición del padre es la de la sociedad. Sólo siguiendo la corriente de sus deseos es co- mo puede mejorarse la situación de la mujer, de! hombre y de la sociedad, esto es, iluminando, de una parte, a la mujer, y de otra, al hombre, a fin de evitarles a ambos los inútiles desacuerdos que con tanta facilidad vienen a agravar, más to- davía, la condición, trágica ya de por sí, de la mujer.