El ALMA DE LA MUJER 85
tivamente útiles. En las oficinas, en las escuelas, en los pa- lacios o en los tugurios, tratan mejor a la mujer cuanto me- jor vestida se presente, siendo ese el medio más eficaz para que pueda inspirar confianza, benevolencia y admiración a los extraños. Para un ser sociable, como la mujer, que tie- ne en tanto ei juicio ajeno, la cuestión no puede ser indife- rente. Además, el hombre tiene a gala el que las mujeres de su familia vayan bien vestidas y gusta mucho de que en sus trajes den a entender que pertenecen a una clase social, supe- rior a la verdadera, porque en muchos casos, sus trajes vie- nen a ser su blasón y su medalla.
De suerte, pues, que el instinto a cuidar de su persona e indumentaria redunda en provecho de la mujer y no veo la razón por qué se le haya de combatir con tanto encono; tanto más cuanto que los despilfarros sociales que parece de- terminar no se derivan de ese instinto, sino de la vanidad, el amor propio y el afán por llevarse en todo la palma. De suerte que aquéllos se producirán igualmente por otros cami- nos, si la mujer no hallase modo de desfogarlos con el wes- tir, así como después de todo, hacen los hombres, capaces de* dilapidar en pocos años enormes capitales, sin dar en la flor de vestir bien,
PERSONALIDAD.—HECHIZO
Otra consecuencia de la especial intuición y emotividad de la mujer es su personalidad, el modo particular que ca- da mujer tiene de considerar las cosas y de gozar o sufrir por su culpa. Aun cuando se crea lo contrario, por el hecho de ser-poco varias las ocupaciones de la mujer, las diferencias im- dividuales de gustos, tendencias, sensibilidad y temperamen- to, resaltan mucho más entre las mujeres que entre los hom- bres, Y es que no son los actos los que determinan las di- ferencias entre los mortales, sino las razones que impulsan a realizar esos actos, las emociones que los acompañan y siguen; y estas emociones y razones son menos varias en el hombre que en la mujer.