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EL ALMA DE LA MUJZEZR 89

finalmente, el hablar de nuestros sentimientos y dolores, <quivale a resucitarlos.

De otra suerte, esta repugnancia a explicarse con clari- dad, hállase harto relacionada también con la personalidad femenina, con la delicadeza y el pudor y con cuanto forma la más hermosa urdimbre de la feminidad para que parezca lícito aconsejarle a la mujer que haga por triunfar de ella.

Porque si esa personalidad de la mujer, su imposibili- dad de explicarse. el modo especial que tiene de considerar la vida, constituye una continua ocasión de desarmonías en- tre ella y el hombre, forman al mismo tiempo, juntamente con la belleza, y quizá en mayor grado que esta última, la principal atracción que la mujer ejerce sobre el hombre, su hechizo.

El hombre no comprende los motivos que inducen a la mujer a obrar y tilda de caprichosa su reserva; pero siéntese vivamente atraído hacia esa naturaleza misteriosa, precisamen- te por no comprenderla,

No siendo el hombre intuitivo ni emotivo, viendo a los objetos y personas según son, cual una máquina fotográfica. sin emociones ni interpretaciones, está fácilmente condenado a sufrir las emociones e interpretaciones de la mujer, que son tan vivas, rápidas y rotundas. Cuando me tropiezo con un hombre antipático o simpático, me resulta tanto más fácil convencer a los demás de que es así, cuanto menos emoción hayan sentido, al verlo. Si digo que ese hombre está triste o enamorado o enfermo, me es tanto más fácil hacérselo creer a los demás, cuanto menos se hayan fijado en el color de sus ojos y cabellos, en su estatura, etc.

Esta es la razón por qué en el matrimonio, aunque la mujer abandone oficialmente su apellido y su familia, con- cluye por atraer a su órbita al marido, comunicándoles sus afectos y sus ambiciones, su modo de vivir y de pensar, en mucho mayor grado que él a ella, Esta es la razón por qué la mujer, no obstante la inferioridad aparente de su situa- ción, logró siempre hacer prevalecer en el mundo civilizado sus simpatías y sus juicios.