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—u-— una gran horquilla. Así, poco a poco, se hizo práctico en las faenas agrícolas, y cuatro años después, cuando contaba apenas diez y seis, no solamente sabía ya roturar la tierra, segar y emparvar como el más diestro labrador, sino que, gracias a los conocimientos adquiridos en la escuela, podía dirigir esas faenas y vigilar el trabajo de los peones.

«Ya para entonces se había desarrollado mucho la agri- cultura en la provincia de Santa Fe. Numerosos extranje- ros venidos de Italia, Suiza y España se establecieron en ella, y las chacras prosperaban por todas partes. De Inglaterra y Estados Unidos llegaron máquinas que, manejadas por unos cuantos hombres, podían en poco tiempo segar, engavillar y desgranar, efectuando en breves horas el trabajo que antes demandaba largos días y muchísimos jornaleros. Matías aconsejó a su padre que adquiriera algunas, y así se hizo.

«Como el joven no se daba un minuto de reposo, velando porque todas las faenas se hicieran bien y en tiempo opor- tuno, a los pocos años de haber tomado la dirección de la chacra, sus padres, que ya empezaban a envejecer, pudie- ron gozar del merccido descanso, viendo con júbilo asegu- rado el porvenir del hijo querido.

«Es verdad que sobrevinieron algunos años malos, en los que la sequía, la langosta o una helada tardía malograron la labor de varios meses, perdiéndose el dinero invertido en semillas y jornales; pero como Matías, a la vez que la- borioso, era muy ahorrativo, siempre tenía con qué hacer frente a tales contratiempos. En cambio — cosa que ocurre a menudo en nuestras benditas campañas tan fecundas — un buen año no sólo indemnizaba de las pérdidas sufridas