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la tierra de promisión por la que suspiraba: el valle de Nahuelhuapí, principio y centro de su espiritual conquista. A sus pies veía corrientes de agua entre estupendas paredes casi verticales, en forma de grandes murallones de hielo; en medio un lago azul, encumbrado entre altos tajos, y dominándolo todo, un cerro majestuoso, con un manto de nieve sacudido constantemente por el deshielo y los vientos y todo eso á la luz de un día claro y radiante.

Anon llamaban los indios á ese cerro, nombre que significa quirquincho ó armadillo en lengua tehuelche; siendo tradición que cada vez que pasa un viajero, el cerro lo saluda con un trueno; de modo que hace las veces de vigía de Nahuelhuapí, anunciando á los indios de la otra banda la venida de gente. La gente de Mascardi, no menos supersticiosa que los indios, alarmada por aquellos ruidos, llamaron al gigante tehuelche el Tronador, y lo que era estrépito de lurtes o derrumbes de ventisqueros, lo atribuyeron á obra del demonio ó pelotones de nieve que tiraban los Césares. Sin embargo, la reina Huanguelé decía que éstos estaban más lejos y señalaba al sur.

Al fin se llegó al borde del famoso lago que, como el anterior, no se deja orillar. A diferencia de los otros lagos más al oeste y de contornos llanos