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dolas en la olla hasta que hierve el agua y se cuece el condumio.

La bondad y las sinceras caricias de esta gente que ya conocía Mascardi, robustecieron su propósito de anunciar el Evangelio hasta los confines del Estrecho. Por el momento, se concretó á hacer averiguaciones acerca de los huincas que buscaba.

Dábanle los indios noticias incompletas que exarcebaban su pasión de viajero. Un cacique le aseguró haber visto en aquellos mares unas piraguas tan grandes que la gente andaba por las vergas; otro que á cien leguas de allí, por donde salía el sol, había unos hombres blancos que iban muy bien vestidos.

Por si acaso, Mascardi resolvió seguir adelante, dispuesto, si preciso fuera, á navegar el Estrecho en frágil piragua gobernada á popa con una pala ó canalete, llevando ocho ó diez remeros y uno que iba siempre achicando con una batea el agua que hacía la embarcación.

Llegó efectivamente hasta él, orillando costas é islas imposibles de determinar. Dos enormes escolleras, que se llaman el Cabo Pillar, forman la parte occidental, á estribor, conforme se dobla el Estrecho. La débil embarcación en que iba Mascardi, navegaba á merced de la corriente. El pasaje por este