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del gran lago salado vivían unos aucahuincas" (españoles rebeldes).—Es decir, los Césares á orillas del Atlántico.—Era la confirmación de las noticias anteriores, y el misionero dió por resuelto el problema que le fascinaba.

Comprendiendo su impaciencia, Votún le proporcionó caballos de refresco, algunos de los cuales estaban carimbados, señal de haber pertenecido á españoles; pero Mascardi no hizo hincapié en este detalle ni en el de la cautiva blanca, por no indisponerse con su huésped.

Por fin llegó Mascardi adonde le dijeron los indios, y halló por todo un pueblo de seis cuadras de largo y ancho, con pozos de agua, hechos á mano, á los que se bajaba por unos escalones de piedra; y en las calles, botijas quebradas y señas de haber dado carena, por las astillas quemadas y la brea que se encontró en una olla de hierro. Entre los indios que allí merodeaban, vió sombreros, espadas, zapatos, gallinas y otras cosas de gente europea. Pero entendió que aquello no había sido alojamiento de espanoles, sino de herejes, porque no tropezó con ninguna manifestación del culto católico.

La cosa estaba clara. Los indios no le habían engañado: habían visto realmente unos huincas y el fugaz asiento que éstos fundaron debió imponerles