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mance, tal como lo vemos en los paladines de la Tabla Redonda—y ajustándonos á la persona y al ideal de Mascardi—á los campeones del Santo Graal. Así parecían entenderlo las españoles de Chile y del Río de la Plata, entre los cuales el padre Mascardi venía á ser el Parsifal de los Cesares. El virrey de Lima le felicitaba y le animaba en su empeño; muchos particulares le enviaban limosnas para la cruzada; él, por su parte, estaba poseído de las mejores esperanzas.

Respetemos esta credulidad. Al fin y al cabo era un proyecto como tantos otros que aún siguen fascinando á los hombres. Sólo se sabe el resultado á costa de los sacrificios y el trabajo de los que, si aciertan, les llamamos descubridores ó inventores, y si no aciertan, ilusos ó fatuos.

La naciente misión de Nahuelhuapí iba prosperando. La base de sustentación era la ciudad chilena de Valdivia, á la que se llegaba con mulas en ocho días, por tierras de pehuenches y otros indios de guerra que dejaban pasar mediante ciertos agasajos.

Mascardi, con el fin de atraer á los puelches de