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enemigo al genio del mal. Todos quedan en silencio hasta que se oye el grito de una lechuza, á cuyo instante azuzan los caballos y parten en todas direcciones, hasta dar muerte á la agorera ave, el preciado trofeo que ha de adornar el árbol maléfico. A esta ofrenda se añade otra: "el rey de los guanacos", que se va á buscar á un revolcadero ó baño de polvo de estos animales.

Los cazadores manean los caballos y desde un escondite espían la llegada del rebaño. En una loma cercana aparece un guanaco. Escudriña las sombras en todas direcciones, y convencido de que no hay peligro ninguno para sus hermanos, baja á la llanada. Larga procesión de guanacos le siguen de uno en uno y así llegan á una hoya, á cuyo alrededor despliegan en círculo, con las cabezas dentro el redondel. De entre los treinta ó cuarenta guanacos y guanacas así formados, avanza sólo al revolcadero el capitán de la tropa. Dobla las patas delanteras, se arrodilla; inclina el largo pescuezo, como si hiciese zalemas, y acaba por hundir la frente en el polvo. Tras esta se levanta, y como un poseso, patea, brinca y se revuelta, y cuando se ha sacudido bien, se va muy despacio á ocupar el puesto que dejó vacio. Sus camaradas, en círculo, le han estado mirando inmóviles, sin perder detalle de sus ce-