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berse mandado que ningún hombre caminase con arcabuz, no habiendo un grano de pólvora en la ciudad, los leones del Perú hubieron de recibir un bofetón de los grandes. El supradicho Lizárraga, contemporáneo del suceso, refiere que los vecinos, rompiendo sábanas, hicieron mechas y las encendieron, asomándolas á las ventanas para que el inglés creyese eran arcabuces. Pero como Drake no venía más que por plata, de allí se corrió al Norte; en Acapulco apresó el galeón de Manila, y pasando adelante siguió la derrota á la China para volver á Inglaterra cargado de barras de plata, cabiéndole la gloria de ser el segundo en dar la vuelta al orbe. En suma, una expedición á la inglesa, en la que el negocio va siempre por delante.

Lo chusco es que, según unos documentos inéditos (recién descubiertos en 1912 por la mexicanista Zelia Nubttal), resulta que Drake había sido autorizado por la reina Isabel sólo para hacer un viaje de descubrimiento, sin molestar los dominios de Felipe II, por temor á las represalias. Los mismos papeles demuestran que los funcionarios españoles en la América de entonces, eran prototipos del caballero español: aceptaban todo cuanto les sucedía con ecuanimidad, nobleza é hidalguía. La impresión que Franco Drac hizo en sus prisioneros es muy inte-