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la temeraria aparición de estos hombres blancos, que peleaban con rayos y truenos y montaban raros animales, serían los primeros en transfigurarlos en personajes legendarios; y la leyenda, agrandada por el misterio y el tiempo, y repercutiendo desde las fronteras del Perú hasta el remoto piélago magallánico, creó la encantada ciudad de los Césares en un rincón de la Patagonia.

La gente de la armada del Obispo de Plasencia, que llegó en salvamento del Perú, fué sembrando á su paso la leyenda en boga entre los indios patagones, y tal la exagerarían, que por las noticias que proporcionaron cuatro marineros de la nave de Camargo, hubo de organizarse en el Perú una famosa "entrada" con el propósito de ir en busca de los Césares. Se alude aquí á la famosa entrada que hizo Diego de Rojas al Tucumán.

Era este Rojas de noble estirpe, primo del marqués de Poza—el personaje inmortalizado por Schiller en su Don Carlos—, y había pasado al Perú desde Nicaragua, al frente de una compañía de soldados, en ayuda del virrey Vaca de Castro contra Almagro el mozo (1542). El virrey, queriendo