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go que iba á combatir. Las carretas, esos navíos de la pampa especie de camastrones ajustados sobre dos ruedas de un solo trozo de madera cada una, formaban con su toldo de cuero de vaca y paredes de lo mismo sujetas á los adrales, el hogar ambulante de dos, tres ó cuatro conmilitones.

Boyero á caballo, el soldado arreaba las yuntas, cuidando con amor á su rabona, su mujer en campaña, la abnegada compañera que le sigue á todas partes, que alegra sus noches de vivac y que el soldado de América prefiere casi siempre á su cuya legítima. La facilidad de la vida libre en la providente pampa, la poca fuerza de la justicia, provocaban á diario deserciones de más familias militares que, ora vagantes, ora buscando asilo en las tolderías indias, dieron origen á la raza de los gauderios de Concolorcorvo, los famosos gauchos del Plata.

A orillas de alguna limpia laguna ó la sombra de un gigantesco ombú—único árbol pampeano que á trechos se encuentra, y tan grande, que diez hombres con los brazos en cadena apenas lo pueden abrazar—, la militar caravana se detenía por uno ó más días para que descansara el ganado y para aprovisionarse de agua y leña. La vegetación esteparia de la pampa les reducía en ocasiones á apro-