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herido del sol, brillaba y resplandecía con el lustre de aquel metal.

Echáronse á nado los dos jinetes y, al llegar á la otra orilla, dieron el recado de su embajada. Recibiólos bien el jefe indio y ellos se volvieron con el permiso que daba para que pasara la tropa. Pero como el cacique estaba juramentado para perderlos, convocó á sus guerreros y despachó emisarios á las tribus vecinas para jugar una mala pasada á los extranjeros. Estando éstos en los preparativos para vadear el río, he aquí que vieron venir á nado una hermosa india que con varonil continente se acercó, preguntando por el gobernador.

Llevada á su presencia, le dijo sin turbarse:

—Bien me pareció en el talle y gallardía de tus heraldos que érais dioses ó gente venida del cielo y ahora me huelga de verte á ti, que eres su capitán. ¿Qué buscas en mi tierra? ¿Qué pretensión es la tuya? ¿Qué te trae de tan lejos á tierra tan pobre? Sabe que mis hermanos, temerosos de que gente extraña venga á enseñorearse de estas pampas, se van juntando para defenderlas y te darán batalla en cuanto pases este río.

Satisfizo Hernandarias por medio de intérprete á todas sus preguntas y ella, enterada del buen intento del gobernador, volvió á decir: