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quijada, por lo menos, del grandor de una rodela. Muelas y dientes estaban de tal modo duros, que de ellos se sacaba lumbre como de pedernal. Eran restos de algún mastodonte, megaterio ú otro tipo de la fauna antediluviana, que la superstición popular atribuía á gigantes; así que Cabrera, enlazando este hallazgo con lo que se contaba de los patagones del Estrecho, se confirmó en la creencia de que ya que no diera con los Césares, tropezaría con una nación de gigantes.

Hasta aquí todo iba bien. La caravana cruzaba los llanos, levantando á su paso, como la de Hernandarias, avestruces, perdices y venados. Un ave corpulenta, centinela de la pampa, se cernía en los aires, y con chillidos roncos y destemplados parecía animar á la tropa gritando: ¡Chajá! ¡Chajá! (vamos, en guaraní). Pero á las pocas jornadas, á medida que la caravana avanzaba al suroeste, el aspecto del terreno cambió; de la pampa fértil pasó á la pampa estéril, región estrecha y baja que orillea las provincias de La Rioja, San Juan y Mendoza.

El viajero moderno que por necesidad tiene que atravesarla procura hacerlo escapado. El desierto ó