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insidiosamente que estaba en ayunas en lo atañedero a las negras. Sin embargo, no mucho después, un periódico publicó una interviú con él, en la que Kotelnikov declaraba francamente que le gustaban las negras porque había en ellas algo exótico.

A partir de aquel día, su estrella comenzó a brillar con más fulgor aún. A la sazón visitaba frecuentemente a la familia de su subjefe, que le recibía con los brazos abiertos. Nastenka lloraba a veces pensando en el terrible destino reservado a aquel aficionado a las negras. Kotelnikov, sentado a la mesa, sentía sobre él las miradas de piedad de toda la familia y se esforzaba en dar a su rostro una expresión melancólica y al mismo tiempo exótica. Todos estaban muy satisfechos de que un hombre tan original frecuentara la casa, en calidad de buen amigo; todos, incluso, la abuela sorda que lavaba los platos en la cocina.

El hombre original se retiraba tarde a casa y lloraba desconsolado, porque amaba a Nastenka con toda su alma y no podía ver a miss Korrayt.

Hacia las Pascuas se corrió la voz de que Kotelnikov se casaba con miss Korrayt, la cual, con tal motivo, se convertía a la religión ortodoxa y abandonaba el café cantante del señor Jacobo Duclot. Según los mismos rumores, el propio director había consentido en ser el padrino del joven esposo.

Los compañeros, los solicitantes y los porteros felicitaban a Kotelnikov, que les daba las gracias y saludaba con la muerte en el alma.

La velada anterior a su boda la pasó en casa del