Página:Los ladrones de Londres.djvu/17

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le mostraba el puño con ademan furíoso. Al momento comprendió perfectamente la insinuacion; ese puño había oprimido demasiado amenudo su espalda para no tenerlo profundamente grabado en su memoria.

― Y ella vendrá conmigo? —preguntó el pobre Oliverio.

­­ — No; no pueda ser. —respondió Mr. Bumble —pero vendrá á verte alguna vez.

Esto no era muy satisfactorio para Oliverio; pero apesar de su niñez tuvo bastante buen discernimiento para fingir un vivo pesar de marcharse. Tampoco le fué muy difícil llamar las lágrimas á sus ojos; el hambre y los golpes aun recientes son causas poderosas para excitar el llanto, y así lloró muy naturalmente. La Señora Mann le dió mil besos, y con ellos la cosa de que tenía mas necesidad; una rebanada de pan con manteca, temerosa de que no se mostrára demasiado famélico al llegar á la casa.

Con su pedazo de pan en una mano, y enganchándose con la otra á la manga de Mr. Bumble, Oliverio seguia como podía preguntando continuamente si iban á llegar pronto. Mr. Bumble respondia con tono breve y regañon; porque la dulzura momentánea que inspira el grog en ciertos espíritus, se había evaporado en el corazon de Mr. Bumble, y había vuelto á ser pertiguero. Apenas trascurrido un cuarto de hora despues de su llegada á la casa, Mr. Bumble vino á anunciarle que el consejo estaba reunido, y que le esperaba en el estrado. Le mandó que lo siguiera, acompañando esta recomendacion con dos bastonazos. Oliverio llegó á una sala donde diez señores gruesos y gordos estaban sentados alrededor de una mesa.

― Saluda al estrado. ― Oliverio saludó.

― Como te llamas hijo?

Oliverio que no había visto nunca á­ tantos personages, y que ademas había recibido de Bumble una fuerte bastonada por via de animacion, se puso á llorar. Todos aquellos señores le declararon idiota. Luego se le notificó que era huérfano, acogido por la parroquia; que estaba destinado á tomar un oficio, reducido á