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jor y el más justo de cuantos hubo jamás en Atenas[1]. Este, pues, llegándose al congreso, llamó á Temistocles , quien , lejos de ser amigo suyo , se le habia profesado siempre su mayor enemigo . Pero en aquel estado fatal de cosas, procurando el olvidarse de todo y con la mira de conferenciar sobre ellas, llamole fuera, por cuanto habia ya oido decir que la gente del Peloponeso queria á toda prisa irse con sus naves hácia el istmo. Salo llamado Te mistocles, y le habla Aristides de esta suerte: – « Sabes muy bien , oh Temistocles , que nuestras contiendas y porfias en toda ocasion , y mayormente en esta del dia , crítica y pe rentoria , deben reducirse á cuál de los dos servirá mejor al bien de la patria . flágote saber , pues , que tanto servirá a los Peloponesios el altercar mucho como no altercar acerca de retirar sus naves de este puesto; pues yo te ase guro , como testigo de vista de lo que digo , que por más que lo quieran los Corintios, y áun diré más, por más que To ordene elmismo Euribiades, no podrán apartarse ya, por que nos hallamos cerrados por las escuadras enemigas . Entra , pucs , tú y dales esta noticia .»

LXXX. Respondió á esto Temistocles: --- « Importante es ése aviso , y haces bien en darme parte de lo que pasa. Gracias a los dioses que lo que yo tanto descaba, tú , como


  1. Plutarcn, sólo para contradecir á nuestro autor, parece du dar de la ponderada entereza de Arístides. Solo observaré que en la historia no hallamos menor número de hombres ilustres victi. mas de sus virtudes, que víctimas de sus pasiones en los vicios, atendido el gran número de éstos y el corto de aquellos. No hablo de los perseguidos por motivos de religion, á quienes el mundo, como á cosa no suya, jamás amará: hablo de aquellas almas políti camente grandes, dedicadas únicamente al bien de la sociedad por medios honestos y leales, contra quienes usó Atenas de su ostra cismo, y los modernos Estados de la deposicion con achoque do ad mitir la dimision de sus empleos. No pudiendo el mundo civil frir ni sus males ni sus remedios, igualmente aborroce al ruin magistrado que agrava sus dolencias, que al buen politico que lo receta las medicinas.