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LXXXI.

Con el socorro de dichos Eảcidas animanse los Tébanos á probar fortuna en la guerra ; pero viéndose do nuevo mal parados en ella por los Atenienses, envian otra vez diputados á Egina, que restituyendo a los Eginetas sus Eácidas, en vez de ellos les pedian soldados. Implorados segunda vez los Eginetas , llenos en parte de símismos y engreidos con su opulencia, y en parte no olvidados de su antiguo rencor contra los de Atenas, se resuelven á hacer . les la guerra antes de declararla ; y , en efecto , estando las tropas atenienses ocupadas contra los Beocios, pasando de repente los Eginetas al Atica en sus galeras, saquearon á Falero y á muchos otros pueblos de las costas, causando mucho perjuicio á los Atenienses.

LXXXII. Bien será que diga ahora de qué principio nació la inveterada enemistad á que acabo de aludir entre Atenienses y Eginetas. Sucedió , pues, que negándose la campiña de los Epidaurios á producir fruto y cosecha al guna , consultaron estos al oráculo de Delfos acerca de aquella calamidad y desventura. Respondió la Pythia á la consulta que como erigiesen dos estatuas nuevas, una á Damia y otra á Auxesia[1], verian presto mejorar sus ne gocios. Instaron los Epidaurios si sería bien hacerlas de bronce ó de mármol: — « Ni de bronce ni de mármol, dijo la Pythia , sino de dulce olivo .» De resultas de este oráculo pidieron los Epidaurios á los Atenienses que les permitie ran cortar en su tierra algunos olivos, persuadidos de que los olivos del Atica eran los más divinos y prodigiosos de todos, y áun se añade que en aquella época solo en Atenas y en ningun otro paraje se encontraban olivos. Vinieron


  1. Estas diosas corresponden á Céres y Proserpina, ahogadas para los frutos de la tierra, á quienes se dieron otros varios nom bres; á Céres el de Madre, de Damia y elDea Bona entre los Roma nos, y á Proserpina el de Talo y el de Libera . Los sacrificios secre tos que abajo semencionan , confirman la identidad de Damia con Céres.