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por los de Epidauro , decir á las mujeres del pais mil inso lencias y baldones, aunque sin meterse con los hombres. Usaban tambien sacrificios ocultos.

LXXXIV. Una vez robadas dichas estatuas, como cesa. sen los Epidaurios de hacer las ofrendas que antes solian á los de Atenas, enviáronles éstos por aquella falta á dar quejas mezcladas con amenazas. Probaron los Epidaurios con buenas razones que ninguna injusticia les hacian en aquello ; que, en tanto que habian tenido en casa á las dio > sas, habian sido puntuales en cump'irles lo prometido; que despues de haberselas quitado con violencia , no les pare cią puesto en razon continuar en aquel antiguo tributo , y que lo exigiesen de los Eginetas, pues que estos al pre sente poseian aquellas. Oido tan justo descargo, enviaron los Atenienses á Egina unos diputados que pidiesen dichas estatuas, á los cuales respondieron los de Egina que nada tenian que ver nihacer con los de Atenas.

LXXXV. Lo que pasó despues de esta solemne declara cion lo refieren asi los Alenienses, diciendo que de parte de la república pasaron á Egina en una galera algunos de sus ciudadanos, quienes saltando en tierra y echándose sobre las estatuas , cuya madera miraban como cosa pro pia , procuraban ver cómo las moverian de sus pedestales; y no pudiendo salir con su maniobra , con unas sogas ata das alrededor de las diosas, las iban arrastrando. Estando en aquella fatiga , oyóse de repente un trueno , y al trueno

  • siguió un terreinoto . Aturdidos con el nuevo portento los

marineros que arrastraban á sus diosas, y saliendo de re pente fuera de sí, empezaron entre ellos mismos, como si fueran enemigosmortales, una desaforadamatanza , cuyo estrago pasó tan allá que no quedó de todos sino uno que volviese á pasar al Falero .

LXXXVI. Así refieren esta historia los de Atenas; mas no dicen los Eginelas que fueran allá en una sola nave los Atenicnses, pues que á una , y á algunas más, bien lubieran