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sus armas, las cuales , cayendo en poder de los Atenienses, fueron despues susperdidas por ellos en el Ateneo (ó tem plo de Minerva) en la misma Sigeo , caso sobre que com puso Alceo unos versos dando er ellos cuenta de su des gracia á Menalippo su camarada[1] y los envió á Mitilene . Ajustó , por fin , estas diferencias, entre los de Mitilene y los de Atenas, Periandro , el hijo de Cipselo , en cuyo arbi trio se habian comprometido las partes ; y lo verificó deci diendo y ordenando que cada una se quedase en la pacífica posesion de lo que tenía , con lo que vino Sigeo á quedar por los Atenienses.

XCVI. Restituido Hipias de Lacedemonia á Sigeo , no dejaba piedra por mover contra los Atenienses, á quienes acriminaba maliciosamente ante Artafernes, resuelto á echar mano de cuantos medios alcanzase, á fin de lograr que Ate nas, recayendo bajo su poder, entrase en el imperio de Da río . Informados entretanto los de Atenas de lo que Hipias iba tramando , procuraban desimpresionar á Artafernes por medio de unos embajadores enviados á Sardes para que no quisiera dar crédito á las calumnias y artificios de aquellos desterrados . No salieron con su intento los enviados , á quienes hizo entender Artafernes, clara y precisamente , que para la salud de su patria un solo medio les quedaba: elde recibir de nuevo á Hipias por señor. Con esta decla racion, en que de ninguna manera consentian los Atenien ses, resolviéronse éstos á mostrarse abiertamente enemi. gos de los Persas.

XCVII. Volviendo ya al Milesio Aristagoras, despues que Cleomenes el Lacedemonio le habia mandado salir de Esparta , presentóse en Atenas, ciudad la más poderosa de todas, en el punto crítico en que sus ciudadanos, viéndose


  1. Estos versos, ó algun fragmento de ellos, se leen en Estra. bon, aunque tan desfigurados que no los conociera el mismo Alceo .