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DE BUENOS AIRES

Observó y vió que era el caballero que la noche anterior le había hecho dar los ponchos. Vió tambien que entraba á una casa de la vecindad.

II

Dos horas llevaría de trabajo cuando sintió que le golpeaban los vidrios de la ventana. Alzó la vista y reconoció á una vecina que la saludaba.

Era esta doña Inocencia Gonzales, la vieja devota de las ánimas que ya conocemos. Su nombre no correspondía á sus antecedentes, pues segun se decía en el barrio observaba una conducta bastante sospechosa. Tenía, para completar la repulsion que inspiraba, un rostro antipático: los ojos encapotados, de un color gris claro; la boca replegada por innumerables arrugas; la frente deprimida; la nariz aplastada, y la piel amarillosa, formando, por consiguiente, su fisonomía, un conjunto feísimo. Alta, flaca y encorvada, al andar inclinaba la cabeza sobre el pecho como si quisiera ocultar la fealdad de su rostro.

Sofía, que vivía aislada con su padre, no tenía ninguna relacion con la señora Inocencia, así es que al verla no dejó de causarle estrañeza que la saludara parándose en la ventana.

—Como está, hijita - dijo á través de los vidrios.

—Para servir á U.

—¡Pobrecita, tan sola! ¿Qué ha sabido de su padre?