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fe, y, arrojándole al mar, pusieron en él a Auristela, Transila, Ricla y a la bárbara Constanza, entre las cuales, viendo que no se acordaban della, se arrojó Rosamunda, y tras ella mandó Arnaldo entrase Mauricio. En este tiempo andaban dos soldados descolgando la barca que al costado del navío venía asida, y el uno dellos, viendo que el otro quería ser el primero que entrase dentro, sacando un puñal de la cinta, se le envainó en el pecho, diciendo a voces:
—Pues nuestra culpa ha sido fabricada tan sin provecho, esta pena te sirva a ti de castigo y a mí de escarmiento; a lo menos, el poco tiempo que me queda de vida.
Y diciendo esto, sin querer aprovecharse del acogimiento que la barca les ofrecía, desesperadamente se arrojó al mar, diciendo a voces y con mal articuladas palabras:
—Oye, ¡oh Arnaldo!, la verdad que te dice este traidor, que en tal punto es bien que la diga: yo y aquel a quien me viste pasar el pecho, por muchas partes abrimos y taladramos este navío, con intención de gozar de Auristela y de Transila, recogiéndolas en el esquife; pero habiendo visto yo haber salido mi disinio contrario de mi pensamiento, a mi compañero quité la vida y a mí me doy la muerte.
Y con esta última palabra se dejó ir al fondo de las aguas, que le estorbaron la respiración del aire y le sepultaron en perpetuo silencio; y aunque todos andaban confusos y ocupados, buscan-