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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/153

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Finalmente, el favor de los cielos se mezcló con los vientos, que poco a poco llevaron el esquife a la isla, y les dió lugar de tomarle en tierra en una espaciosa playa, no acompañada de gente alguna, sino de mucha cantidad de nieve, que toda la cubría. Miserables son y temerosas las fortunas del mar, pues los que las padecen se huelgan de trocarlas con las mayores que en la tierra se les ofrezcan. La nieve de la desierta playa les pareció blanda arena, y la soledad, compañía. Unos en brazos de otros desembarcaron; el mozo Antonio fué el Atlante de Auristela y de Transila, en cuyos hombros también desembarcaron Rosamunda y Mauricio, y todos se recogieron al abrigo de un peñón que no lejos de la playa se mostraba, habiendo antes, como mejor pudieron, varado el esquife en tierra, poniendo en él, después de en Dios, su esperanza. Antonio, considerando que la hambre había de hacer su oficio, y que ella había de ser bastante a quitarles las vidas, aprestó sú arco, que siempre de las espaldas le colgaba, y dijo que él quería ir a descubrir la tierra, por ver si hallaba gente en ella, o alguna caza que socorriese su necesidad. Vinieron todos con su parecer, y así se entró con ligero paso por la isla, pisando, no tierra, sino nieve, tan dura, por estar helada, que le parecía pisar sobre pedernales. Siguióle, sin que él lo echase de ver, la torpe Rosamunda, sin ser impedida de los demás, que creyeron que alguna natural necesidad la forzaba a dejallos. Volvió