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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/155

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Aquí dió fin a su plática, pero no al movimiento de sus manos, que arremetieron a detener las de Antonio, que de sí las apartaba, y entre esta tan honesta como torpe contienda, decía Antonio:

—¡Detente, oh arpía! ¡No turbes ni afees las limpias mesas de Fineo! ¡No fuerces oh bárbara egipcia, ni incites, la castidad y limpieza deste que no es tu esclavo! ¡Tarázate la lengua, sierpe maldita; no pronuncies con deshonestas palabras lo que tienes escondido en tus deshonestos deseos! ¡Mira el poco lugar que nos queda desde este punto al de la muerte, que nos está amenazando con la hambre y con la incertidumbre de la salida deste lugar, que, puesto que fuera cierta, con otra intención la acompañara que con la que me has descubierto! ¡Desvíate de mí y no me sigas, que castigaré tu atrevimiento y publicaré tu locura! Si te vuelves, mudaré de propósito y pondré en silencio tu desvergüenza; si no me dejas, te quitaré la vida.

Oyendo lo cual la lasciva Rosamunda se le cubrió el corazón, de manera que no dió lugar a suspiros, a ruegos ni a lágrimas. Dejóla Antonio, sagaz y advertido; volvióse Rosamunda, y él siguió su camino; pero no halló en él cosa que le asegurase, porque las nieves eran muchas, y los caminos ásperos, y la gente ninguna, y advirtiendo que, si adelante pasaba, podía perder el camino de vuelta, se volvió a juntar con la compañía. Alzaron todos las manos al cielo, y pusie-