CAPITULO XX
De un notable caso que sucedió en la isla nevada.
A poco tiempo que pasó el día, desde lejos vieron venir una nave gruesa, que les levantó las esperanzas de tener remedio. Amainó las velas, y pareció que se dejaba detener las áncoras, y con diligencia presta arrojaron el esquife a la mar y se vinieron a la playa, donde ya los tristes se arrojaban al esquife. Auristela dijo que sería bien que aguardasen los que venían, por saber quién eran. Llegó el esquife de la nave y encalló en la fría nieve, y saltaron en ella dos, al parecer gallardos y fuertes mancebos, de extremada disposición y brío, los cuales sacaron encima de sus hombros a una hermosísima doncella, tan sin fuerzas y tan desmayada, que parecía que no le daba lugar para llegar a tocar la tierra. Llamaron a voces los que estaban ya embarcados en el otro esquife, y les suplicaron que se desembarcasen a ser testigos de un suceso que era menester que los tuviese. Respondió Mauricio que no había remos para encaminar el esquife si no les prestaban los del suyo. Los marineros, con los suyos, guiaron los del otro esquife y volvieron a pisar la nieve; luego los valientes jóvenes asieron de dos