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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/162

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de mis gustos, heme ido ahora con el que me da el ver siquiera a este bárbaro muchacho, el cual, aunque le he descubierto mi voluntad, no corresponde a la mía, que es de fuego, con la suya, que es de helada nieve; véome despreciada y aborrecida, en lugar de estimada y bien querida: golpes que no se pueden resistir con poca paciencia y con mucho deseo. Ya, ya la muerte me va pisando las faldas, y extiende la mano para alcanzarme de la vida; por lo que véis que debe la bondad del pecho que la tiene al miserable que se le encomienda, os suplico que cubráis mi fuego con hielo y me enterréis en esa sepultura; que, puesto que mezcléis mis lascivos huesos con los de esa casta doncella, no los contaminarán; que las reliquias buenas siempre lo son dondequiera que estén.

Y volviéndose al mozo Antonio, prosiguió:

—Y tú, arrogante mozo, que agora tocas o estás para tocar los márgenes y rayas del deleite, pide al cielo que te encamine de modo que, ni te solicite edad larga ni marchita belleza; y si yo he ofendido tus recientes oídos, que así los puedo llamar, con mis inadvertidas y no castas palabras, perdóname, que los que piden perdón en este trance, por cortesía siquiera, merecen ser, si no perdonados, a lo menos escuchados.

Esto diciendo, dió un suspiro, envuelto en un mortal desmayo.