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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/164

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de cosarios, y no irlandeses, como a Arnaldo le habían dicho, sino de una isla rebelada contra Inglaterra. Mauricio, mal contento de aquella compañía, siempre iba temiendo algún revés de su acelerada costumbre y mal modo de vivir; y, como viejo y experimentado en las cosas del mundo, no le cabía el corazón en el pecho, temiendo que la mucha hermosura de Auristela, la gallardía y buen parecer de su hija Transila, los pocos años y nuevo traje de Constanza, no despertasen en aquellos cosarios algún mal pensamiento. Servíales de Argos el mozo Antonio, de lo que sirvió el pastor de Anfriso; eran los ojos de los dos centinelas no dormidas, pues por sus cuartos la hacían a las mansas y hermosas ovejuelas que debajo de su solicitud y vigilancia se amparaban. Rosamunda, con los continuos desdenes, vino a enflaquecer, de manera que una noche la hallaron en una cámara del navío sepultada en perpetuo silencio. Harto habían llorado; mas no dejaron de sentir su muerte compasiva y cristianamente. Sirvióla el ancho mar de sepultura, donde no tuvo harta agua para apagar el fuego que causó en su pecho el gallardo Antonio, el cual y todos rogaron muchas veces a los cosarios que los llevasen de una vez a Irlanda o a Hibernia, si ya no quisiesen a Inglaterra o Escocia; pero ellos respondían que, hasta haber hecho una buena y rica presa, no habían de tocar en tierra alguna, si ya no fuese a hacer agua o a tomar bastimentos necesarios. La bárbara Ricla bien comprara