Ir al contenido

Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/184

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

182

pueden, hasta poner su esperanza en un madero que acaso la tormenta desclavó de la nave, con el cual se abrazan, y tienen a gran ventura tan duros abrazos. Mauricio se abrazó con Transila, su hija; Antonio, con Ricla y con Constanza, su madre y hermana; sola la desgraciada Auristela quedó sin arrimo, sino el que le ofrecía su congoja, que era el de la muerte, a quien ella de buena gana se entregara, si lo permitiera la cristiana y católica religión, que con muchas veras procuraba guardar; y así, se recogió entre ellos, y hechos un ñudo, o, por mejor decir, un ovillo, se dejaron calar casi hasta la postrera parte del navío, por excusar el ruido espantoso de los truenos, y la interpolada luz de los relámpagos, y el confuso estruendo de los marineros. Y en aquella semejanza del limbo se excusaron de no verse unas veces tocar el cielo con las manos, levantándose el navío sobre las mismas nubes, y otras veces barrer la gavia las arenas del mar profundo. Esperaban la muerte cerrados los ojos, o, por mejor decir, la temían sin verla; que la figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa, y la que coge a un desapercibido en todas sus fuerzas y salud, es formidable. La tormenta creció de manera que agotó la ciencia de los marineros, la solicitud del capitán, y, finalmente, la esperanza de remedio en todos. Ya no se oían voces que mandaban hágase esto o aquello; sino gritos de plegarias y votos que se hacían y a los cielos se enviaban; y llegó a tanto esta miseria