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aguas, como en espejos claros, se estaba mirando una ciudad populosa, que, por una alta loma, sus vistosos edificios levantaba. Vieron los de la ciudad el bulto de la nave, y creyeron ser el de alguna ballena o de otro gran pescado que, con la borrasca pasada, había dado al través. Salió infinita gente a verlo, y, certificándose ser navío, le dijeron al rey Policarpo, que era el señor de aquella ciudad, el cual, acompañado de muchos, y de sus dos hermosas hijas, Policarpa y Sinforosa, salió también, y ordenó que, con cabestrantes, con tornos y con barcas, con que hizo rodear toda la nave, la tirasen y encaminasen al puerto. Saltaron algunos encima del buco, y dijeron al rey que dentro dél sonaban golpes, y aun casi se oían voces de vivos. Un anciano caballero que se halló junto al rey, le dijo:
—Yo me acuerdo, señor, haber visto en el mar Mediterráneo, en la ribera de Génova, una galera de España que, por hacer el cur con la vela, se volcó como está agora este bajel, quedando la gavia en la arena y la quilla al cielo; y, antes que la volviesen o enderezasen, habiendo primero oído rumor, como en éste se oye, aserraron el bajel por la quilla, haciendo un buco capaz de ver lo que dentro estaba; y el entrar la luz dentro, y el salir por él el capitán de la misma galera y otros cuatro compañeros suyos, fué todo uno. Yo vi esto, y está escrito este caso en muchas historias españolas, y aun podría ser viniesen agora las personas que segunda vez nacieron al mundo del vien-