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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/189

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tre desta galera; y si aquí sucediese lo mismo, no se ha de tener a milagro, sino a misterio: que los milagros suceden fuera del orden de la naturaleza, y los misterios son aquellos que parecen milagros y no lo son, sino casos que acontecen raras veces.

—¿Pues a qué aguardamos?—dijo el rey—. Ciérrese luego el buco, y veamos este misterio: que si este vientre vomita vivos, yo lo tendré por milagro.

Grande fué la priesa que se dieron a serrar el bajel, y grande el deseo que todos tenían de ver el parto. Abrióse, en fin, una gran concavidad, que descubrió muertos y vivos que lo parecían; metió uno el brazo, y asió de una doncella, que el palpitarle el corazón daba señales de tener vida; otros hicieron lo mismo, y cada uno sacó su presa, y algunos, pensando sacar vivos, sacaban muertos: que no todas veces los pescadores son dichosos. Finalmente, dándoles el aire y la luz a los medio vivos, respiraron y cobraron aliento; limpiáronse los rostros, fregáronse los ojos, estiraron los brazos, y, como quien despierta de un pesado sueño, miraron a todas partes, y hallóse Auristela en los brazos de Arnaldo, Transila en los de Clodio, Ricla y Constanza en los de Rutilio, Antonio el padre y Antonio el hijo en los de ninguno, porque se salió por sí mismo, y lo mismo hizo Mauricio. Arnaldo quedó más atónito y suspenso que los resucitados, y más muerto que los muertos. Miróle Auristela, y, no conociéndole, la