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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/190

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primera palabra que le dijo fué—que ella fué la primera que rompió el silencio de todos—:

—¿Por ventura, hermano, está entre esta gente la bellísima Sinforosa?

—¡Santos cielos, qué es esto!—dijo entre sí Arnaldo—. ¿Qué memorias de Sinforosa son éstas, en tiempo que no es razón que se tenga acuerdo de otra cosa que de dar gracias al cielo por las recebidas mercedes?

Pero, con todo esto, la respondió, y dijo que sí estaba, y le preguntó que cómo la conocía; porque Arnaldo ignoraba lo que Auristela con el capitán de navío, que le contó los triunfos de Periandro, había pasado, y no pudo alcanzar la causa por la cual Auristela preguntaba por Sinforosa; que, si la alcanzara, quizá dijera que la fuerza de los celos es tan poderosa y tan sutil, que se entra y mezcla con el cuchillo de la misma muerte, y va a buscar al alma enamorada en los últimos trances de la vida.

Ya después que pasó algún tanto el pavor en los resucitados, que así pueden llamarse, y la admiración en los vivos que los sacaron, y el discurso en todos dió lugar a la razón, confusamente unos a otros se preguntaban cómo los de la tierra estaban allí y los del navío venían allí. Policarpo, en esto, viendo que el navío, al abrirle la boca, se le había llenado de agua en el lugar del aire que tenía, mandó llevarle a jorro al puerto, y que con artificios le sacasen a tierra, lo cual se hizo con mucha presteza. Salieron asi-