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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/192

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recéis las hermosuras, la mía os ha de parecer la mayor de la tierra, según os tengo obligado.

—Con las cosas divinas—replicó Periandro—no se han de comparar las humanas; las hipérboles alabanzas, por más que lo sean, han de parar en puntos limitados: decir que una mujer es más hermosa que un ángel es encarecimiento de cortesía, pero no de obligación. Sola en ti, dulcísima hermana mía, se quiebran reglas y cobran fuerzas de verdad los encarecimientos que se dan a tu hermosura.

—Si mis trabajos y mis desasosiegos, ¡oh hermano mío!, no turbaran la mía, quizá creyera ser verdaderas las alabanzas que de ella dices; pero yo espero en los piadosos cielos que algún día ha de reducir a sosiego mi desasosiego, y a bonanza mi tormenta, y, en este entretanto, con el encarecimiento que puedo, te suplico que no te quiten ni borren de la memoria lo que me debes otras ajenas hermosuras ni otras obligaciones, que en la mía y en las mías podrás satisfacer el deseo y llenar el vacío de tu voluntad, si miras que, juntando a la belleza de mi cuerpo, tal cual ella es, la de mi alma, hallarás un compuesto de hermosura que te satisfaga.

Confuso iba Periandro oyendo las razones de Auristela; juzgábala celosa, cosa nueva para él, por tener por larga experiencia conocido que la discreción de Auristela jamás se atrevió a salir de los límites de la honestidad; jamás su lengua se movió a declarar sino honestos y castos pen-