pequeño espacio la confusión y el empacho, y hazme tu secretaria: que los males comunicados, si no alcanzan sanidad, alcanzan alivio. Si tu pasión es amorosa, como lo imagino, sin duda, bien sé que eres de carne, aunque pareces de alabastro, y bien sé que nuestras almas están siempre en continuo movimiento, sin que puedan dejar de estar atentas a querer bien a algún sujeto a quien las estrellas las inclinan, que no se ha de decir que las fuerzan. Dime, señora, a quién quieres, a quién amas y a quién adoras: que, como no des en el disparate de amar a un toro, ni en el que dió el que adoró el plátano, como sea hombre el que, según tú dices, adoras, no me causará espanto ni maravilla. Mujer soy como tú; mis deseos tengo, y hasta ahora, por honra del alma, no me han salido a la boca, que bien pudiera, como señales de calentura; pero al fin habrán de romper por inconvenientes y por imposibles, y, siquiera en mi testamento, procuraré que se sepa la causa de mi muerte.
Estábala mirando Sinforosa. Cada palabra que decía, la estimaba como si fuera sentencia salida por la boca de un oráculo.
—¡Ay señora—dijo—, y cómo creo que los cielos te han traído por tan extraño rodeo, que parece milagro, a esta tierra, condolidos de mi dolor y lastimados de mi lástima! Del vientre escuro de la nave te volvieron a la luz del mundo, para que mi escuridad tuviese luz y mis deseos salida de la confusión en que están; y así, por