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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/200

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no tenerme ni tenerte más suspensa, sabrás que a esta isla llegó tu hermano Periandro.

Y sucesivamente le contó del modo que había llegado, los triunfos que alcanzó, los contrarios que venció y los premios que ganó, del modo que ya queda contado; díjole también cómo las gracias de su hermano Periandro habían despertado en ella un modo de deseo que no llegaba a ser amor sino benevolencia; pero que después, con la soledad y ociosidad, yendo y viniendo el pensamiento a contemplar sus gracias, el amor se le fué pintando, no como hombre particular, sino como a un príncipe; que, si no lo era, merecía serlo.

—Esta pintura me la grabó en el alma, y yo, inadvertida, dejé que me la grabase, sin hacerle resistencia alguna; y así, poco a poco, vine a quererle, a amarle y aun a adorarle, como he dicho.

Más dijera Sinforosa, si no volviera Policarpa, deseosa de entretener a Auristela, cantando al son de una harpa que en las manos traía. Enmudeció Sinforosa, quedó perdida Auristela; pero el silencio de la una y el perdimiento de la otra no fueron parte para que dejasen de prestar atentos oídos a la sin par en música Policarpa, que desta manera comenzó a cantar en su lengua lo que después dijo el bárbaro Antonio que en la castellana decía:

Cintia, si desengaños no son parte
para cobrar la libertad perdida,
da riendas al dolor, suelta la vida,
que no es valor ni es honra el no quejarte.