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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/201

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Y el generoso ardor que, parte a parte,
tiene tu libre voluntad rendida,
será de tu silencio el homicida
cuando pienses por él eternizarte.

Salga con la doliente ánima fuera
la enferma voz, que es fuerza y es cordura
decir la lengua lo que al alma toca.

Quejándote, sabrá el mundo siquiera
cuán grande fué de amor tu calentura,
pues salieron señales a la boca.

Ninguno como Sinforosa entendió los versos de Policarpa, la cual era sabidora de todos sus deseos; y, puesto que tenía determinado de sepultarlos en las tinieblas del silencio, quiso aprovecharse del consejo de su hermana, diciendo a Auristela sus pensamientos, como ya se los había comenzado a decir. Muchas veces se quedaba Sinforosa con Auristela, dando a entender que más por cortés que por su gusto propio la acompañaba. En fin, una vez, tomando a anudar la plática pasada, le dijo:

—Oyeme otra vez, señora mía, y no te cansen mis razones, que las que me bullen en el alma no dejan sosegar la lengua; reventaré si no las digo, y este temor, a pesar de mi crédito, hará que sepas que muero por tu hermano, cuyas virtudes, de mí conocidas, llevaron tras sí mis enamorados deseos, y sin entremeterme en saber quién son sus padres, la patria o riquezas, ni el punto en que ha levantado la fortuna, solamente atiendo a la mano liberal con que la naturaleza le ha enriquecido. Por sí solo le quiero, por sí sólo le amo y por sí solo le adoro; y por ti sola,