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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/208

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vir más de consejero, porque, el que lo ha de ser, requiere tener tres calidades: la primera, autoridad; la segunda, prudencia, y la tercera, ser llamado. Estas revoluciones, trazas y máquinas amorosas andaban en el palacio de Policarpo y en los pechos de los confusos amantes: Auristela, celosa; Sinforosa, enamorada; Periandro, turbado, y Arnaldo, pertinaz; Mauricio, haciendo disinios de volver a su patria contra la voluntad de Transila, que no quería volver a la presencia de gente tan enemiga del buen decoro como la de su tierra; Ladislao, su esposo, no osaba ni quería contradecirla; Antonio el padre moría por verse con sus hijos y mujer en España, y Rutilio, en Italia, su patria. Todos deseaban, pero a ninguno se le cumplían sus deseos: condición de la naturaleza humana, que, puesto que Dios la crió perfecta, nosotros, por nuestra culpa, la hallamos siempre falta, la cual falta siempre la ha de haber mientras no dejáremos de desear. Sucedió, pues, que casi de industria dió Sinforosa a que Periandro se viese sólo con Auristela, deseosa que se diese principio a tratar de su causa y a la vista de su pleito, en cuya sentencia consistía la de su vida o muerte. Las primeras palabras que Auristela dijo a Periandro fueron:

—Esta nuestra peregrinación, hermano y señor mío, tan llena de trabajos y sobresaltos, tan amenazadora de peligros, cada día y cada momento me hace temer los de la muerte, y querría que diésemos traza de asegurar la vida, sosegándola