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y así, pienso acabar la vida en religión, y querría que tú la acabases en buen estado.
Aquí dió fin Auristela a su razonamiento y principio a unas lágrimas que desdecían y borraban todo cuanto había dicho; sacó los brazos honestamente fuera de la colcha, tendiólos por el lecho, y volvió la cabeza a la parte contraria de donde estaba Periandro, el cual, viendo estos extremos, y habiendo oído sus palabras, sin ser poderoso a otra cosa, se le quitó la vista de los ojos, se le añudó la garganta y se le trabó la lengua, y dió consigo en el suelo de rodillas, y arrimó la cabeza al lecho; volvió Auristela la suya, y viéndole desmayado, le puso la mano en el rostro y le enjugó las lágrimas, que, sin que él lo sintiese, hilo a hilo le bañaban las mejillas.