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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/216

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cía ser gentil maldiciente: que el tonto y simple, ni sabe murmurar ni maldecir; y aunque no es bien decir bien mal, como ya otra vez se ha dicho, con todo esto, alaban al maldiciente discreto: que la agudeza maliciosa no hay conversación que no la ponga en punto y de sabor, como la sal e los manjares, y, por lo menos, al maldiciente agudo, si le vituperan y condenan por perjudicial, no dejan de absolverle y alabarle por discreto. Este, pues, nuestro murmurador, a quien su lengua desterró de su patria en compañía de la torpe y viciosa Rosamunda, habiendo dado igual pena el rey de Inglaterra a su maliciosa lengua como a la torpeza de Rosamunda, hallándose solo con Rutilio, le dijo:

—Mira, Rutilio; necio es, y muy necio, el que, descubriendo un secreto a otro, le pide encarecidamente que le calle, porque le importa la vida en que lo que le dice no se sepa. Digo yo agora: ven acá, descubridor de tus pensamientos y derramador de tus secretos; si a ti, con importarte la vida, como dices, los descubres al otro a quien se los dices, que no le importa nada el descubrillos, ¿cómo quieres que los cierre y recoja debajo de la llave del silencio? ¿Qué mayor seguridad puedes tomar de que no se sepa lo que sabes sino no decillo? Todo esto sé, Rutilio, y, con todo esto, me salen a la lengua y a la boca ciertos pensamientos, que rabian por que los ponga en voz y los arroje en las plazas antes que se me pudran en el pecho o reviente con ellos. Ven