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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/221

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CAPITULO VI
DEL SEGUNDO LIBRO

Todos tenían con quien comunicar sus pensamientos: Policarpo, con su hija, y Clodio con Rutilio; sólo el suspenso Periandro los comunicaba consigo mismo: que le engendraron tantos las razones de Auristela, que no sabía a cuál acudir que le aliviase su pesadumbre.

—¡Válame Dios! ¿Qué es esto?—decía entre sí mismo—. ¿Ha perdido el juicio Auristela? ¡Ella mi casamentera! ¿Cómo es posible que haya dado al olvido nuestros conciertos? ¿Qué tengo yo que ver con Sinforosa? ¿Qué reinos ni qué riquezas me pueden a mí obligar a que deje a mi hermana Sigismunda, si no es dejando de ser yo Persiles?

En pronunciando esta palabra, se mordió la lengua, y miró a todas partes, a ver si alguno le escuchaba; y asegurándose que no, prosiguió diciendo:

—Sin duda, Auristela está celosa: que los celos se engendran, entre los que bien se quieren, del aire que pasa, del sol que toca y aun de la tierra que pisa. ¡Oh señora mía, mira lo que haces, no hagas agravio a tu valor ni a tu belleza,