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ren llover sobre ti venturas y más venturas. Mi padre, el rey, te adora, y conmigo te envía a decir que quiere ser tu esposo; y en albricias del sí que le has de dar, y yo se lo he de llevar, me ha prometido a Periandro por esposo. Ya, señora, eres reina; ya Periandro es mío; ya las riquezas te sobran, y si tus gustos en las canas de mi padre no te sobraren, sobrarte han en los del mando y en los de los vasallos, que estarán continuo atentos a tu servicio. Mucho te he dicho, amiga y señora mía, y mucho has de hacer por mí; que de un gran valor no se puede esperar menos que un grande agradecimiento. Comience en nosotras a verse en el mundo dos cuñadas que se quieren bien y dos amigas que sin doblez se amen, que sí verán, si tu discreción no se olvida de sí misma. Y dime agora qué es lo que respondió tu hermano a lo que de mí le dijiste, que estoy confiada de la buena respuesta, porque bien simple sería el que no recibiese tus consejos como de un oráculo.
A lo que respondió Auristela:
—Mi hermano Periandro es agradecido como principal caballero, y es discreto como andante peregrino: que el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres. Mis trabajos y los de mi hermano nos van leyendo en cuánto debemos estimar el sosiego, y pues que el que nos ofreces es tal, sin duda imagino que le habremos de admitir; pero hasta ahora no me ha respondido nada Periandro, ni de su voluntad cosa que pueda alentar tu esperanza ni desmayarla. Da, ¡oh bella