Sinforosa!, algún tiempo al tiempo, y déjanos considerar el bien de tus promesas, porque, puestas en obra, sepamos estimarlas. Las obras que no se han de hacer más de una vez, si se yerran, no se pueden enmendar en la segunda, pues no la tienen; y el casamiento es una destas acciones, y así, es menester que se considere bien antes que se haga, puesto que los términos desta consideración los doy por pasados, y hallo que tú alcanzarás tus deseos y yo admitiré tus promesas y consejos. Y vete, hermana, y haz llamar de mi parte a Periandro, que quiero saber dél alegres nuevas que decirte y aconsejarme con él de lo que me conviene, como con hermano mayor, a quien debo tener respeto y obediencia.
Abrazóla Sinforosa y dejóla, por hacer venir a Periandro a que la viese; el cual, en este tiempo encerrado y solo, había tomado la pluma, y de muchos principios que en un papel borró y tornó a escribir, quitó y añadió; en fin, salió con uno que se dice decía desta manera:
“No he osado fiar de mi lengua lo que de mi pluma, ni aun della fío algo, pues no puede escribir cosa que sea de momento el que por instantes está esperando la muerte. Ahora vengo a conocer que no todos los discretos saben aconsejar en todos los casos; aquéllos, sí, que tienen experiencia, en aquellos sobre quien se les pide el consejo. Perdóname que no admito el tuyo, por parecerme, o que no me conoces, o que te has olvidado