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de las importunaciones de Arnaldo, y, sacándote de este Egipto, te llevaré a la tierra de promisión, que es España, o Francia, o Italia, ya que no puedo vivir en Inglaterra, dulce y amada patria mía, y, sobre todo, me ofrezco a ser tu esposo, y desde luego te acepto por mi esposa.”
Habiendo oído Rutilio el papel de Clodio, dijo:
—Verdaderamente, nosotros estamos faltos de juicio, pues nos queremos persuadir que podemos subir al cielo sin alas, pues las que nos da nuestra pretensión son las de la hormiga. Mira, Clodio, yo soy de parecer que rasguemos estos papeles, pues no nos ha forzado e escribirlos ninguna fuerza amorosa, sino una ociosa y baldía voluntad: porque el amor ni nace ni puede crecer si no es al arrimo de la esperanza, y faltando ella falta él de todo punto. Pues ¿por qué queremos aventurarnos a perder y no a ganar en esta empresa? Que el de declararla y el ver a nuestras gargantas arrimado el cordel o el cuchillo, ha de ser todo uno; demás, que, por mostrarnos enamorados, habremos de parecer, sobre desagradecidos, traidores. ¿Tú no ves la distancia que hay de un maestro de danzar que enmendó su oficio con aprender el de platero, a una hija de un rey, y la que hay de un desterrado murmurador a la que desecha y menosprecia reinos? Mordámonos la lengua, y llegue nuestro arrepentimiento a do ha llegado nuestra necedad.