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las cortaban, por ser propio de los amantes rendidos pensar siempre que no tienen partes que merezcan ser amadas de los que bien quieren. Andan el amor y el temor tan apareados, que, a do quiera que volváis la cara, los veréis juntos; y no es soberbio el amor, como algunos dicen, sino humilde, agradable y manso, y tanto, que suele perder de su derecho por no dar a quien bien quiere pesadumbre, y más que, como todo amante tiene en sumo precio y estima la cosa que ama, huye de que de su parte nazca alguna ocasión de perderla. Todo esto, con mejores discursos que su padre, consideraba la bella Sinforosa, y, entre temor y esperanza puesta, fué a ver a Auristela y a saber della lo que esperaba y temía. En fin: se vió Sinforosa con Auristela, y sola, que era lo que ella más deseaba; y era tanto el deseo que tenía de saber las nuevas de su buena o mala andanza, que, así como entró a verla, sin que la hablase palabra, se la puso a mirar ahincadamente, por ver si en los movimientos de su rostro le daba señales de su vida o muerte. Entendióla Auristela, y, a media risa, quiero decir, con muestras alegres, le dijo:
—Llegaos, señora, que a la raíz del árbol de vuestra esperanza no ha puesto el temor segur para cortar. Bien es verdad que vuestro bien y el mío se han de dilatar algún tanto; pero, en fin, llegarán, porque, aunque hay inconvenientes que suelen impedir el cumplimiento de los justos deseos, no por eso ha de tener la desesperación fuer-