zas para no esperalle. Mi hermano dice que el conocimiento que tiene de tu valor y hermosura no solamente le obliga, pero que le fuerza a quererte, y tiene a bien y a merced particular la que le haces en querer ser suya; pero antes que venga a tan dichosa posesión, ha menester defraudar las esperanzas que el príncipe Arnaldo tiene de que yo he de ser su esposa, y sin duda lo fuera yo si el serlo tú de mi hermano no lo estorbara: que has de saber, hermana mía, que así puedo yo vivir sin Periandro como puede vivir un cuerpo sin alma: allí tengo de vivir donde él viviere: él es el espíritu que me mueve y el alma que me anima; y siendo esto así, y él se casa en esta tierra contigo, ¿cómo podré yo vivir en la de Arnaldo en ausencia de mi hermano? Para excusar este desmán que me amenaza, ordena que nos vamos con él a su reino, desde el cual le pediremos licencia para ir a Roma a cumplir un voto cuyo cumplimiento nos sacó de nuestra tierra; y está claro, como la experiencia me lo ha mostrado, que no ha de salir un punto de mi voluntad. Puestos, pues, en nuestra libertad, fácil cosa será dar la vuelta a esta isla, donde, burlando sus esperanzas, veamos el fin de las nuestras, yo casándome con tu padre, y mi hermano contigo.
A lo que respondió Sinforosa:
—No sé, hermana, con qué palabras podré encarecer la merced que me has hecho con las que me has dicho, y así la dejaré en su punto, porque no sé cómo explicarlo; pero esto que ahora decir-