dulces patrias: que los males que no tienen fuerzas para acabar la vida, no la han de tener para acabar la paciencia.
Admirados quedaron todos de la respuesta de Auristela, porque en ella se descubrió su corazón piadoso y su discreción admirable. Entró en este instante el rey Policarpo, alegre sobremanera, porque ya había sabido de Sinforosa, su hija, las prometidas esperanzas del cumplimiento de sus entre castos y lascivos deseos: que los ímpetus amorosos que suelen parecer en los ancianos se cubren y disfrazan con la capa de la hipocresía: que no hay hipócrita, si no es conocido por tal, que dañe a nadie sino a sí mismo, y los viejos, con la sombra del matrimonio, disimulan sus depravados apetitos. Entraron con el rey Arnaldo y Periandro, y dándole el parabién a Auristela de la mejoría, mandó el rey que aquella noche, en señal de la merced que del cielo todos en la mejoría de Auristela habían recebido, se hiciesen luminarias en la ciudad, y fiestas y regocijos ocho días continuos. Periandro lo agradeció, como hermano de Auristela, y Arnaldo, como amante que pretendía ser su esposo. Regocijábase Policarpo allá entre sí mismo, en considerar cuán suavemente se iba engañando Arnaldo, el cual, admirado con la mejoría de Auristela, sin que supiese los disinios de Policarpo, buscaba modos de salir de su ciudad, pues tanto cuanto más se dilataba su partida, tanto más, a su parecer, se alongaba el cumplimiento de su