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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/248

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mosa; si son pocos treinta mil escudos que te ofrezco, alarga tu deseo y ensancha los sacos de la codicia y los senos, y comienza desde luego a contar cuantos dineros acertares a desear. Para tu servicio sacaré las perlas que encubren las conchas del mar, rendiré y traeré a tus manos las aves que rompen el aire, haré que te ofrezcan sus frutos las plantas de la tierra, haré que brote del abismo lo más precioso que en él se encierra, haréte invencible en todo, blando en la paz, temido en la guerra; en fin, enmendaré tu suerte de manera que seas siempre envidiado, y no envidioso. Y, en cambio destos bienes que te he dicho, no te pido que seas mi esposo, sino que me recibas por tu esclava: que, para ser tu esclava, no es menester que me tengas voluntad como para ser esposa, y, como yo sea tuya, en cualquier modo que lo sea, viviré contenta. Comienza, pues, ¡oh generoso mancebo!, a mostrarte prudente, mostrándote agradecido: mostrarte has prudente, si, antes que me agradezcas estos deseos, quisieres hacer experiencia de mis obras; y, en señal de que así lo harás, alégrame el alma ahora con darme alguna señal de paz, dándome a tocar tu valerosa mano.

Y diciendo esto, se levantó para ir a abrazarle. Antonio, viendo lo cual, lleno de confusión, como si fuera la más retirada doncella del mundo, y como si enemigos combatieran el castillo de su honestidad, se puso a defenderle, y, levantándose, fué a tomar su arco, que siempre, o le