CAPITULO IX
DEL SEGUNDO LIBRO
No le quedó sabrosa la mano a Antonio del golpe que había hecho; que, aunque acertó errando, como no sabía las culpas de Clodio y había visto la de la Zenotia, quisiera haber sido mejor certero. Llegóse a Clodio, por ver si le quedaban algunas reliquias de vida, y vió que todas se las había llevado la muerte; cayó en la cuenta de su yerro, y túvose verdaderamente por bárbaro. Entró en esto su padre, y, viendo la sangre y el cuerpo muerto de Clodio, conoció por la flecha que aquel golpe había sido hecho por la mano de su hijo; preguntóselo, y respondióle que sí; quiso saber la causa, y también se le dijo; admiróse el padre; lleno de indignación, le dijo:
—Ven acá, bárbaro; si a los que te aman y te quieren procuras quitar la vida, ¿qué harás a los que te aborrecen? Si tanto presumes de casto y honesto, defiende tu castidad y honestidad con el sufrimiento, que los peligros semejantes no se remedian con las armas ni con esperar los encuentros, sino con huir de ellos.