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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/252

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Bien parece que no sabes lo que le sucedió a aquel mancebo hebreo que dejó la capa en manos de la lasciva señora que le solicitaba. Dejarás tú, ignorante, esa tosca piel que traes vestida y ese arco con que presumes vencer a la misma valentía; no le armaras contra la blandura de una mujer rendida, que cuando lo está rompe por cualquier inconveniente que a su deseo se oponga. Si con esta condición pasas adelante en el discurso de tu vida, por bárbaro serás tenido, hasta que la acabes, de todos los que te conocieren. No digo yo que ofendas a Dios en ningún modo, sino que reprehendas y no castigues a las que quisieren turbar tus honestos pensamientos; y aparéjate para más de una batalla, que la verdura de tus años y el gallardo brío de tu persona, con muchas batallas te amenazan; y no pienses que has de ser siempre solicitado, que alguna vez solicitarás, y, sin alcanzar tus deseos, te alcanzará la muerte en ellos.

Escuchaba Antonio a su padre, los ojos puestos en el suelo, tan vergonzoso como arrepentido. Y lo que le respondió, fué:

—No mires, señor, lo que hice, y pésame de haberlo hecho; procuraré enmendarme de aquí adelante, de modo que no parezca bárbaro por riguroso ni lascivo por manso; dése orden de enterrar a Clodio, y de hacerle la satisfacción más conveniente que ser pudiere.

Ya en esto había volado por el palacio la muerte de Clodio, pero no la causa de ella, porque