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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/253

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la encubrió la enamorada Zenotia, diciendo sólo que, sin saber por qué, el bárbaro mozo le había muerto. Llegó esta nueva a oídos de Auristela, que aun se tenía el papel de Clodio en las manos, con intención de mostrársele a Periandro o a Arnaldo, para que castigasen su atrevimiento; pero viendo que el cielo había tomado a su cargo el castigo, rompió el papel, y no quiso saliesen a luz las culpas de los muertos; consideración tan prudente como cristiana. Y bien que Policarpo se alborotó con el suceso, teniéndose por ofendido de que nadie en su casa vengase sus injurias, no quiso averiguar el caso, sino remitióselo al príncipe Arnaldo, el cual, a ruego de Auristela y al de Transila, perdonó a Antonio y mandó enterrar a Clodio, sin averiguar la culpa de su muerte, creyendo ser verdad lo que Antonio decía, que por yerro le había muerto, sin descubrir los pensamientos de Zenotia, porque a él no le tuviesen de todo en todo por bárbaro. Pasó el rumor del caso, enterraron a Clodio, quedó Auristela vengada, como si en su generoso pecho albergara género de venganza alguna, así como albergaba en el de la Zenotia, que bebía, como dicen, los vientos imaginando cómo vengarse del cruel flechero, el cual, de allí a dos días, se sintió mal dispuesto, y cayó en la cama con tanto descaecimiento, que los médicos dijeron que se le acababa la vida, sin conocer de qué enfermedad. Lloraba Ricla, su madre, y su padre Antonio tenía de dolor el corazón consumido; no se podía ale-